Pequeña

Entró en la sala llena de gente. Todas las miradas se posaron en ella. No era exactamente el tipo Femme Fatale, pero sus menudas piernas enfundadas en largas botas atrajeron toda la atención de los presentes. Su aire fresco y su sonrisa fácil hicieron que todos fueran a hablarle. Ese día había decido empezar a ser feliz y sus ojos lo reflejaban, estaba dispuesta a que nada la detuviera.
No estaban acostumbrados a su manera de hablar, a las expresiones corporales tan latinas, a la simpleza de respuestas. Estaban encandilados con ella. Dudaban si acercarse o no, muchos se sentían intimidados, otros sin embargo no sabian si era real o producto de sus mentes, pero esperaban que no desapareciera. Su pareja la miraba de lejos, y estaba orgulloso de ella. Ella seguía hablando y riendo con todos los presentes por igual y se hacia tiempo para abrazarlo, para besarlo y recordarle cuanto lo ama. Se podía ver cuanto se aman, se podía ver la confianza en ellos y gustaban. No se molestaban, no se interrumpían, funcionaban como perfectas piezas de un reloj antiguo, cada uno a su ritmo y respondiendo al ritmo del otro. El recorrido de cada uno era como parte de una danza donde las parejas se separan por tres tiempos y vuelven encontrarse para mirarse a los ojos y seguir. Los presentes iban acercándose de a poco y hablaban de diferentes temas y ella los seguía atentamente. Tanto los hombres como las mujeres del grupo, se sentian a gusto con ella. Esperaban su turno para ir a hablarle y compartir anéctodas, muchos trataban de hablar su idioma para halagarla, y ella respondía alegremente y trataba de repetir frases en idiomas que hasta el nombre es difícil de pronunciar. Mientras la gente llegaba eran cada vez mas los que esperaban para hablarle, los que esperaban para ofrecerle tomar algo o ir a tomar aire afuera. Llegaron las 12 y todos se aprontaron para brindar. Y en ese momento, ella se dió cuenta que aunque estuviera en un pais frio, los abrazos dan todo el abrigo necesario para ser feliz.